Por Nicanor León Cotayo
La muerte física de Hugo Chávez obliga a una reflexión sobre algo tan hondamente significativo para Venezuela, América Latina y el Caribe, más para otros lugares del mundo.
Como es sabido estuvo precedida por un largo proceso que colocó, de un lado, a quienes decidieron, con él a la cabeza, poner fin a la inmensa corrupción oficial y de otros tipos existente allí.
Pero además, con igual fervor, para eliminar su chocante sumisión político-económica a gobiernos y corporaciones de Estados Unidos, saqueadores en primer lugar de su petróleo.
Eliminar ambas situaciones y poner en marcha un gigantesco programa de justicia social a favor de la inmensa mayoría, constituyen lo que para Washington y sus Capriles constituye el “pecado” de Chávez y su Revolución.
Cuando en 1998 el primero llegó al poder, luego de alcanzar una clara victoria electoral, en ese rico territorio petrolero la pobreza superaba el 70 por ciento de la población, pero hoy, según la CEPAL, es una de las que más la han reducido en América Latina.
Desde aquel año y hasta el presente, la Casa Blanca ha puesto en marcha todos sus recursos y empleado las más diversas maquinaciones para golpear el proceso revolucionario, incluyendo espionaje, subvención de llamados opositores y de prensa, complot petrolero y masiva propaganda.
Algún día se hablará y escribirá con amplitud sobre la manera incendiaria, grotesca y hasta obscena empleada por órganos ultraderechistas de difusión masiva para combatir a Chávez, proceder impensable en otras latitudes del planeta.
Luego que algunos meses atrás el gobierno informó en Caracas de su nueva intervención quirúrgica en La Habana hizo irrupción una campaña de esa misma tendencia bajo el mando del Norte.
De manera frívola, y no obstante su estado de salud, le sumaron la estridente insistencia de que jurara su cargo el 10 de enero, especularon hasta el delirio sobre la evolución de su tratamiento médico, así como lo dieron por muerto.
Incluso agraviaron a sus hijas y trataron de utilizarlas como parte de la montaña de falsedades y medias verdades que levantaron alrededor del asunto.
La desembozada hostilidad de Washington apenas se disfrazó y tuvo su expresión más brutal en la actividad de espionaje desplegada mediante su embajada en la capital venezolana, repleta de agentes de Inteligencia.
Ello quedó certificado este lunes en palabras de Nicolás Maduro cuando informó que un agregado militar de la Embajada de Estados, el coronel David del Monaco, trató de reclutar a uniformados del país con el objetivo de sumarlos a un plan desestabilizador.
Cuando uno de los portavoces del Departamento de Estado abordó el tema frente a periodistas, curiosamente no desmintió la grave acusación de Maduro.
En esa misma oportunidad el vicepresidente denunció que Hugo Chávez “fue atacado con esta enfermedad”, y advirtió que llegará el momento en que “una comisión científica lo revelará”.
A renglón seguido puntualizó que evalúan si proseguirán, o no, los contactos iniciados con representantes del gobierno estadounidense.
Vale subrayar que durante la presente situación, Maduro, de procedencia obrera, ha demostrado, junto a su conocida fidelidad al mandatario, verdaderas dotes de jefe de Estado.
Observadores llaman la atención en cuanto a la impresionante reacción de amplios sectores del pueblo venezolano de cara al fallecimiento de su líder, algo de lo que han dejado constancia reportes de televisión.
Así mismo la extensa hilera de mensajes solidarios por lo sucedido, en primer lugar de América Latina y el Caribe, pero también de otros lugares del mundo.
Frente a esa demostración, los Capriles y quienes más o menos le acompañan de verdad o de mentiritas en la oposición, parecen más pequeños que nunca.
Para no dejar dudas a los enemigos de la Revolución, el equipo dirigente llamado a continuar la obra de Chávez, en medio de su consternación se muestra sereno, flexible y seguro.
Lo resumió el ministro de Relaciones Exteriores, Elias Jaua, cuando declaró: Venezuela no va a permitir “ni un tantico así” que Estados Unidos intervenga en sus asuntos internos”.
Se comprende mejor porqué allá hasta niños dicen vivir en el pueblo de los Chávez, así como que esos hombres y mujeres conforman un enorme ejército al que resulta muy difícil –o imposible- vencer.
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